¿Juicios o pecado capital?

        ¡Caray!  Es tan fácil hacer juicios que cuando uno tiene un buen entrenamiento, salen tan fácil como respirar. Y luego desapegarte de los hábitos destructivos resulta muy complicado…

 

        Hace algunas semanas conté de mi bochornosa aparición masiva en un chat de excompañeros de la escuela. Bueno, ya sabía que algo bueno venía por ahí. Desde la semana pasada, Thania, un hermoso y generoso ser humano, nos ofrece una clase de conocimiento personal que, además de dar la oportunidad de volver a vernos, nos facilita herramientas para la vida.

 

        Ayer hablábamos de los juicios. “¡Qué feo que seas así!” dice la Mamá Lucha, ¿no? Pero que aviente la primera piedra el que no juzga a los demás. Claro, hay quienes tienen un entrenamiento master y hay quienes son personas muy mesuradas.  Yo lucho por ser una persona consciente, pero la verdad es que no siempre me sale.

 

        Juzgar es una palabra tremenda. El diccionario trae dos significados: la de los jueces y tribunales, que no quiero explicar, y la de formarse opinión sobre una persona o una cosa.  Y “ahí está el detalle”: es una opinión; es decir, no necesariamente es verdad.  Entonces, ¿por qué les damos tanta importancia a los juicios?

 

        Los juicios nos han hecho sufrir desde chicos: al niño que le han dicho “latoso” crecerá como ese adulto problemático que se piensan dos veces antes de invitar a las fiestas.   A la niña que le han dicho gorda es posible que desarrolle problemas de alimentación en el futuro. ¿Por qué juzgamos?  No soy sicóloga, pero ahí va mi conjetura salida de una taza de café bien cargado: Yo creo que por pereza mental y social. 


        Sí, claro. Juzgar es el shortcut para evitar investigar más sobre algo o alguien y acercarnos a las personas, de tal suerte que pueda uno comprobar si lo que observamos o lo que alguien más nos contó es VERDAD para nosotros. Ergo: los juicios son flojera. Jeje.   Pero pienso, en mi caso,  que ya estoy en edad de sacudirme esas mañas.

 

        ¿Qué diría un sicólogo que me leyera? Seguro me juzgaría por sacar conclusiones simplista.   Ya en serio, creo que sí hay un poco de cierto en eso de la pereza: siempre es más fácil creer en que alguien o algo “es de tal manera” porque no se parece a lo que está bien en mi mundo o porque no tengo intención de comprobar nada.  La primera razón, ya la dijimos, es flojera. La segunda, es que resulta siempre más fácil relacionarnos con las personas que de alguna forma tienen historias similares a la nuestra en vivencias, afinidades, gustos y, a veces, hasta en rasgos.

 


Empatía, respeto y genuinas ganas de conocer 
a otros: simple receta para servir todos los días.

        Para no hacer largo este cuento, juzgar a quienes juzgan es meterse en la historia personal de cada uno y, al final, todos lo hacemos en mayor o menor medida. Pero una vez que somos conscientes de qué tanto juzgamos (y creo que lo sabemos), sí podemos DECIDIR qué hacemos con eso: ¿lo decimos?, ¿excluimos?, ¿hacemos una cara?, ¿negamos a alguien participar?, ¿expresamos superioridad o inferioridad?, ¿jugamos a la víctima o al villano? O simplemente respetamos y poco a poco nos vamos entrenando para comprender e incluir.

 

        Thania nos hablaba de la empatía, ¡qué linda palabra pero qué gran reto es ponerla en práctica todos los días!  Los budistas hablan de compasión. Los sociólogos dirán que es respeto y los humanistas, derechos humanos. ¡Difícil ser un santo cuando los demonios andan sueltos!  Pero podemos empezar por intentar ser una persona y tratar a los demás como personas.

 

        Notas del alma

        Ojalá que ahora que el famoso semáforo del gobierno (con más colores que el arcoíris) nos permita salir a la calle, nos acordemos de que no estamos tratando con cubrebocas y números estadísticos, sino con personas de carne y hueso, como nosotros.

Comentarios

  1. De acuerdo, Lety‼️ Y dicen que “el buen juez, por su casa empieza”...‼️

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    1. Así es, querida, y esa es la parte difícil. Hacen falta pantalones para enfrentarse a uno mismo: no desde el lado del juicio, porque entonces estaríamos cayendo en el juego de los otros, sino desde el lado de la honestidad: quiénes somos, qué queremos, ¿estamos a gusto con lo que tenemos? Y sobre todo, dónde termina la libertad de los demás en relación a nosotros. Gracias por leer y por comentar. Espero que sigas entrando a tomar café por aquí.

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